domingo, 19 de junio de 2011

SEIS MESES DE LA PRIMAVERA ÁRABE, ¿Y QUÉ?

Seis meses después del comienzo de las revueltas populares que barrieron las dictaduras tunecina y egipcia, los acontecimientos en Libia, Siria, Yemen y, en menor medida, Bahréin, plantean serias dudas sobre el futuro de la llamada Primavera Árabe y su promesa de libertades y democracia.

La «teoría del dominó» inicial, que parecía irrefutable, ha dado paso a un panorama de inestabilidad en toda la región y a la devastación de recursos económicos ya de suyo escasos. En el otro platillo de la balanza, todas las naciones del Magreb y de Oriente Próximo se han beneficiado de una masiva propagación de ideas de libertad de expresión y democracia —a través, sobre todo, de las redes sociales en internet y de la televisión por satélite—, un fenómeno que hace sólo un año parecía impensable.

TÚNEZ puso en marcha el proceso cuando el 17 de diciembre de 2010 un joven vendedor ambulante se quemó a lo bonzo para protestar por un abuso de las autoridades locales. Su muerte, semanas después, disparó las protestas espontáneas contra la dictadura y la corrupción y provocó la huida del país del sátrapa Ben Alí.

Hoy, Túnez —que sigue registrando protestas periódicas de menor intensidad— vive la situación más halagüeña de todo el mundo árabe. La economía se recupera y la prudencia del veterano primer ministro, Ganuchi, hace concebir muchas esperanzas de cara a las elecciones previstas para el próximo mes de octubre.

EGIPTO, el único país que logró seguir el ejemplo de Túnez y también derrocó a su dictador, Hosni Mubarak, vive inmerso en un clima de efervescencia y pesimismo. El gobierno de transición militar, que preside el general Tantaui, garantiza que habrá elecciones parlamentarias abiertas después del verano, y al mismo tiempo traiciona su pretendida neutralidad marcando una agenda diplomática rompedora, cercana a Hamás y hostil al gobierno de Israel. La minoría radical islamista se ha envalentonado con nuevas agresiones a los cristianos coptos y su proyecto de entrar, por primera vez, en el Parlamento egipcio.

La «bola de nieve» de las revueltas árabes se ha quedado ahí. Y no hay indicios de que sea capaz de derretir muchas más dictaduras laicas de la región. Las monarquías absolutas del Golfo y del Magreb, también afectadas por el fenómeno de la Primavera Árabe, son mucho más coriáceas al contar con una legitimidad enraizada en la cultura islámica que no tienen las autocracias seculares.

A medida que transcurren las semanas de bombardeos aliados, ya no es ni siquiera segura la derrota de Gadafi en la guerra civil abierta en LIBIA. La entrada en acción de la OTAN, por iniciativa de Francia y del Reino Unido, auguró en un primer momento un final rápido del excéntrico dictador de Trípoli.

Hace semanas que los círculos militares aliados insisten en el mensaje de que la caída de Gadafi no será rápida. Y esta semana han comenzado a hacer correr el rumor de que la derrota es posible, debido a la falta de compromiso político con la campaña por por parte de los gobiernos europeos y norteamericano.

Tal como se sabía desde un principio, Muamar Gadafi dispone dentro del país de reservas suficientes, en metálico y en lingotes de oro, para seguir pagando a un ejército que ya habría laminado a los rebeldes si no fuera por la campaña aérea de la OTAN. Los observadores no descartan un alto el fuego, que podría consagrar la división de Libia en dos, con una región rebelde en el este a la que —con insólita precipitación— algunos gobiernos europeos ya han concedido el estatus de legitimidad.

SIRIA es el ejemplo más claro de una tiranía oriental enrocada por la huda hacia adelante. La brutal represión de las manifestaciones por parte de la familia Assad y de su entorno ha generado otro frente en el conflicto, con la avalancha de refugiados en la vecina Turquía que huyen de las revanchas del Ejército. La nueva dimensión de la revolución siria es casi una ironía, porque el gobierno islamista turco de Tayip Erdogán mantenía hasta hoy una relación amistosa con el régimen secular de Damasco.

En seis meses de Primavera Árabe, la guerra civil en Libia ha provocado alrededor de 15.000 muertos, sin contar los miles que han sido tragados por el Mediterráneo en su desesperado intento de huida. El conflicto sirio podría acercarse a las 2.000 víctimas civiles, según diversas organizaciones de derechos humanos.

Al aparente fracaso del empuje y de los ideales de libertad de las revueltas ha contribuido la falta de solidaridad del mundo árabe, con la ligera salvedad del caso libio. A título individual, varios países de la Liga Árabe han ofrecido ayuda económica a los rebeldes de Bengasi, pero en ningún momento tropas o cooperación con la OTAN.

El único caso de intervención militar común por parte de los árabes se ha producido, precisamente, para sofocar la protesta en uno de los doce países afectados por el virus: el pequeño emirato de BAHRÉIN. El envío de tropas saudíes a la isla, en socorro de la monarquía suní, constituyó un serio aviso para todos los movimientos reformistas del Golfo Pérsico.

La dictadura de YEMEN presenta una situación similar. El régimen yemení se debate entre la protesta en demanda de reformas democráticas y la guerra civil entre tribus, pero su suerte se juega en la capital de Arabia Saudí, donde el dictador Saleh se recupera de las heridas del último atentado.

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