jueves, 15 de marzo de 2012

Adios a la enciclopedia Britannica en papel

Sin aviso previo, el martes cayó un icono. El adiós de la Enciclopedia Británica a su versión impresa entierra una trayectoria de 244 años y visualiza el futuro de sopetón: el saber con mayúsculas emigra a Internet. La defunción del papel ha zarandeado el mundo de la cultura, sensible como pocos a la caída de símbolos. La Británica, nacida en Edimburgo en 1768 y editada en Estados Unidos desde 1902, encarnaba el afán por aprehender el conocimiento universal, que arrancó de la Ilustración francesa.

Sucesivas ediciones contribuyeron a agrandar la aureola de rigor de la obra, nutrida por grandes especialistas y redactada con un estilo narrativo que encandiló a Borges. Entre los autores que colaboraron con ella figuran Sigmund Freud, Albert Einstein o Marie Curie. Como ocurre a menudo con los símbolos en el proceso de construcción, en estos dos siglos y medio la Enciclopedia Británica se fue rodeando de legendarias anécdotas: sirvió de combustible salvador a Ernest Shackleton —se cuenta que llevó un volumen a la Antártida a principios del XX y que se calentó quemando una a una sus páginas—; el autor estadounidense A. J. Jacobs intentó emular al autor de El Aleph y leerse los 32 tomos para escribir su libro El sabelotodo. Tras conocer el cierre del papel, se declaró “compungido”. Como otros lectores, apreciaba la idea de que “todo el conocimiento del mundo podía guardarse en esos tomos”.

La empresa editora de lo que tantos expertos consideran el más solvente compendio enciclopédico del mundo pertenece al millonario suizo Jacqui Safra desde 1996. Sus últimas versiones, señala José Antonio Millán, que daba por descontada la supresión de la versión impresa, “ya no tenían nada que ver con lo que leyó Borges”. “Era un cierre anunciado, la cuestión era cuándo. Por mucho que podamos lamentarlo, es una decisión lógica. Las enciclopedias fueron el primer producto editorial que sufrió los embates digitales”, añade.

Millán cita la Enciclopedia Británica como el gran referente del mundo anglosajón, y la Espasa, del hispano. “El negocio de ambas en los últimos años estaba sobre todo en las instituciones, que iban comprando los apéndices anuales”, sostiene Millán, quien destaca que la esencia de la enciclopedia es idónea para el mundo virtual: “Son obras digitales por su propia naturaleza”.

Durante décadas, las enciclopedias eran algo más que una colección de libros. A Juan José Millás le fascinaba la Espasa que había comprado su padre en 1917. Le convirtió en un lector borgiano. “Era una perfecta representación del mundo, pero también un mundo en sí misma”. Millás le dedicó un ensayo a esa enciclopedia que se lo sabía todo para celebrar su centenario en 2005. Espasa había comenzado a editarse en fascículos en 1905, aunque su primer tomo se publicó tres años después. Los 72 libros del cuerpo central (el apéndice sumaba otros diez) tardaron 22 años en completarse (1908-1930). Ahora en manos del Grupo Planeta, la enciclopedia sigue editándose en papel y dispone de una versión digital que permite a los compradores de los libros impresos actualizarse de forma permanente gracias a un código propio. “Es un mercado cada vez más pequeño pero seguimos vendiendo enciclopedias en papel”, señalan fuentes de Planeta, que también edita la Gran Enciclopedia de Planeta. El grupo está volcando ambas obras hacia las escuelas para que los profesores accedan a contenidos digitales “con la misma calidad y solvencia que las de la enciclopedia”.

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